Anatomía de un instante de Pedro de la Rosa
jueves, 6 septiembre 2012, 18:29
Cumplir 100 Grandes Premios en la Fórmula 1 es motivo para celebrarlo. Y más cuando los alcanza alguien tan cercano como Pedro de la Rosa. Y digo cercano sin tratarlo demasiado. Una vez, hace varios años, me hizo una llamada perdida. Me extrañó tanto que di por hecho que había pulsado una tecla equivocada en su móvil. Le devolví un SMS, con algo de guasa, comentando la costumbre que tenían los pilotos de McLaren a equivocarse con los botones (lo de Hamilton estaba todavía reciente). JAJAJA, respondió. Lo que quiero decir es que tengo compañeros en MARCA que le conocen más y mejor, que han coincidido con él en circuitos y motorhomes mucho antes de que yo me licenciase y pisara un pit-lane. Y seguro que ellos estos días afinan mucho mejor que yo recordando su centenar de carreras.
Y sin embargo Pedro tiene un don. El don de ser cercano. Y seguro que si le has escuchado alguna vez comentar una carrera en televisón tienes la misma sensación. Transmite ser un tío con el que te cruzas en la calle y te dan ganas de darle un abrazo sabiendo que vas a ser correspondido. Pedro es así, cercano desde la primera frase. Y no es fácil en un mundo tan artificial como la F1.
Durante estos días hemos estado buscando fotos en el archivo de MARCA para una fotogalería, y la verdad es que encontramos auténticas joyas. Es la parte negativa que tiene durar tanto bajo los flashes, que el tiempo no perdona.
Pero de entre todas las fotos, me he reservado unos cuantos instantes congelados por las cámaras. Una foto muy especial con dos detalles. Dos manos cerradas. Dos puños.

El instante es el del mejor resultado de Pedro de la Rosa. La mayor alegría. El objetivo. Segundo en el GP de Hungría de 2006. Una carrera loca pasada por agua en la que ganó Jenson Button con Honda y Nick Heidfeld fue tercero con BMW Sauber.
Pero centrémonos en dos detalles. El primero está al lado del casco, ese casco siempre con los mismos extraños colores. Amarillo, blanco y azul oscuro. Y ahí está ese puño cerrado en señal de victoria. Un puño que reivindica una carrera de esfuerzos y éxitos poco recompensados. Un podio. Un sueño cumplido.

Si quitamos ese casco y nos trasladamos a Barcelona a finales de los años 90, nos econtramos con un Pedro entrenando con unos medios lejanos a la alta tecnología de la F1. ¿Qué pensaría alguien que se lo encontrara de esta guisa?

Da igual. Pedro iba a terminar cerrando el puño 7 años después al volante de un McLaren.
Pero volvamos a nuestra foto principal para fijarnos en algo más que un detalle. Es su vida. Su compañera en todo lo bueno y lo malo que le ha pasado a Pedro en 100 carreras. Su mujer Reyes, subida al muro (en la actualidad estaría prohibido), cierra también su puño. Puño de trabajo y constancia.

Dos puños cerrados. Dos personas. 200 carreras de F1 entre los dos. Él en la pista y ella sufriendo y disfrutando en el box, en el circuito, en casa viéndolo a través de la tele...

Alegría, sonrisas, complicidad, secretos... Otro instante lleno de detalles.
Y los instantes que todavía les quedan.
Enhorabuena, Pedro.